El día 26 de diciembre ha fallecido en Madrid José María Bravo Fernández-Hermosa. Había cumplido 92 años llenos de vida.
No fue un hombre que pudiera pasar inadvertido, aunque nunca pretendía llamar la atención, ni buscó resaltar entre sus compañeros. Simplemente era un hombre de fuerza excepcional, de moral alta y de valor extremo, pero a nada de ello le daba especial importancia. Más aún, tenía una amable sorna, por la que sabiendo perfectamente que las cosas que hacía en la vida entraban en lo excepcional una y otra vez, las utilizaba como motivo de conversación sólo cuando servían para hacer algún irónico retrato del mundo.
Venía de una estirpe republicana y profundamente vital. Su abuela materna, María Zabala, era una niña cuando en la última guerra carlista, el cura Santa Cruz procedía a fusilar al molinero del pueblo, que era su padre. Un momento de confusión en el que se avisaba de la llegada de tropas cristinas, permitió escapar al buen hombre, que con el resto de la familia marchó a Madrid. En la capital, María se consiguió colocar como cocinera de una familia aristocrática, casó con un tipógrafo llamado Primitivo Fernández Hermosa que tenía una imprenta en la calle de la Palma, y tuvieron cuatro hijos. Unos años después el tipógrafo y la cocinera se separaron.
De esos cuatro hijos, el mayor se hizo cargo de la imprenta. Era un hombre inquieto, culto, e hipersensible. Fue muy conocido ya que junto al gran jurista y destacado institucionista Constancio Bernaldo de Quirós y otros compañeros, fundó el famoso grupo de los 12 de Peñalara, iniciadores del montañismo en España. Editor, escritor de célebres libros de montaña, fotógrafo, viajó a París para perfeccionar sus conocimientos sobre el mundo del libro donde conoció a quien sería su esposa, Clotilde Maurín. En 1916, por razones políticas la pareja decidió abandonar España e instalarse en Nueva York, donde fundaron la Librería Hispano Francesa, que fue un punto esencial de encuentro de las culturas hispana y norteamericana. Falleció en 1926 del corazón. José María aún recordaba que siendo él aún niño viajó a Vigo con su madre para recibir los restos de su tío.
África, la madre de José María, fue profesora de piano, y casó con un empleado de los ferrocarriles hijo de un maestro de escuela de Cuenca. Este maestro era padre de cuatro hijos, César, que fue el padre de José María, Abel, Lourdes y Sagrario. De los que todos menos César fueron también maestros. César y su cuñado, Félix, trabajaban en los Ferrocarriles del Norte, Félix era además presidente de la sociedad gimnástica Española. Aquel maestro, Amós Bravo del Rincón, murió en 1948, atropellado en una carretera de Murcia, cuando iba a visitar a su hijo Abel, preso tras la victoria de los generales golpistas, por el delito de haber sido maestro y haber dedicado su vida a procurar elevar la cultura de cada uno de los pueblos en los que había ejercido, sin mirar nunca diferencias de clase, económicas, o de creencias. Había sido este Abel, maestro en Valldemosa, donde aplicó en los tempranos años 20 las técnicas pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza, consiguiendo tanto una pléyade de magníficos alumnos que toda la vida le recordaron con enorme cariño, como ser expulsado de la isla por las autoridades.
En muchas de sus vacaciones se juntaban en Madrid, Félix y Abel, a quienes unía una fuerte amistad, y pasaban los días realizando excursiones por Guadarrama y Peñalara. Hay numerosas fotografías donde se pueden ver a África, César, Trini, Félix, el joven José María, y otros amigos en la sierra de Madrid, una de especial relevancia, bajo la placa que en 1916 se colocó en el Canto del Tolmo, en La Pedriza, en memoria de D. Francisco Giner de los Ríos.
En este ambiente creció José María, que a los pocos años aprendía a esquiar, nadar y estar íntimamente unido a la naturaleza. Hay unas fotos del niño en el conocido Refugio Smith, y con su abuela María Zabala entre montañas.
Era un niño rebelde e inconformista. Primero le llevaron al colegio de san Luis de los Franceses, donde no encajaba con el ambiente de monjas, luego al Liceo Francés, de donde hubo de salir tras una bronca con un maestro, más tarde al Colegio Hispano-americano, y por fin cuajó definitivamente en el recientemente creado Instituto Escuela de la Institución.
Desde muy temprano pasó los veranos en intercambios de estudiantes en diferentes ciudades alemanas, procurando sus padres que no coincidiese con otros niños españoles para que aprendiera pronto un buen alemán. Al acabar el bachillerato en 1934, Bravo tenía un aceptable alemán y un aceptable francés.
Decidió hacerse ingeniero de caminos, carrera decisiva en el entonces fuerte desarrollo ferroviario y urbano, y de esta manera pasó los dos años entre el 34 y el 36 preparando el entonces dificilísimo ingreso en la Escuela superior y estudiando los dos primeros años de la carrera de Ciencias Exactas. Desde antes de su llegada a la universidad había estado uniendo sus salidas a la montaña y la práctica de otros deportes con la militancia política. De acuerdo con otros jóvenes miembros de la Federación Universitaria Estudiantil, FUE, participó de diversas acciones, incluido el transporte de alijos de armas para los sindicatos.
En julio del 36 África y José María se encuentran preparando unas vacaciones en Santander, mientras el padre se encuentra en Madrid trabajando. Inmediatamente de saberse del golpe, se presentó voluntario en el cercano aeródromo de La Albericia atraído por la experiencia de volar, que ya había empezado a practicar en vuelos sin motor desde un par de años antes.
Cuando en setiembre el gobierno Largo Caballero decreta la militarización de las improvisadas milicias populares, resulta licenciado y ante el agravamiento de la situación la madre y él, deciden salir desde Bilbao en un barco de la armada británica hacia Francia y pasar a Barcelona, donde a primeros de noviembre se reunieron, la anciana abuela María, África, Trini y José María.
Vuelve a Madrid sólo y solicita el ingreso en la incipiente fuerza aérea republicana. Admitido en las duras pruebas de ingreso fue enviado con la primera promoción de futuros aviadores a la escuela que organizaba la Unión soviética en la lejana base de Kirobabad en Azerbaián.
Esta escuela fue fundamental para la República, ya que la URSS formó en ella cerca de mil pilotos de guerra en cursos acelerados capaces de pilotar con eficacia los más modernos aviones de guerra de entonces. Instructores soviéticos organizaron la aviación, formaron los pilotos y los técnicos, combatieron muy esforzadamente, aportaron los aviones que llegaban a España por mar en piezas sueltas y eran montados en España, y murieron muchos de ellos defendiendo a la República. Fue realmente heroica la actitud de todos estos aviadores soviéticos, que dejaron una huella profunda en España y que vinieron en su totalidad voluntarios. Sus recuerdos de la guerra de España marcaron sus vidas hasta la fecha, sus amistades creadas aquí en el combate y el entrenamiento, duraron hasta el último momento de sus vidas. Numerosos textos editados en Rusia y en otros países dan testimonio vivo de esa camaradería profunda.
Durante seis meses recibió un duro entrenamiento y llegó a España por barco en julio del 37, siendo destinado a Los Alcazares en Murcia. Tuvo a su cargo un avión I-16, los célebres aviones de caza que aquí fueron llamados “moscas”.
Aquí comenzó una larga carrera militar. Combatió en Belchite, Huesca, la defensa de Madrid, Teruel, Alfambra, Castellón, Cataluña, Valencia, Alicante, el Ebro, fue ascendido a teniente en marzo del 38, y nombrado jefe de escuadrilla, a capitán en mayo de ese mismo año, apoyó la retirada en Cataluña, estuvo en febrero en Figueras cuando ya se había retirado el gobierno, y pasó la frontera a pie con unos pocos compañeros tras destruir los últimos aviones que habían utilizado para combatir mientras pudo ser posible. Vio morir en combate a numerosos compañeros, a su amigo del alma Eduardo Claudín compañeros desde el bachillerato y aviadores desde el primer momento, a muchos de los compañeros soviéticos que vinieron voluntarios a defender la República, fue considerado por todos sus compañeros junto a Zarauza, Claudín y Arias, los ases de la aviación republicana. Había realizado más de mil cien horas de vuelo, en un total de mil ciento veinte operaciones de caza, manteniendo ciento sesenta combates aéreos y provocando veintitrés derribos de aviones enemigos.
Como casi la totalidad de los refugiados en la frontera francesa pasó por los campos de concentración que la república vecina organizó para recluir en condiciones extremas de clima y condiciones físicas, a los republicanos españoles. Pasó por Argeles sur Mer y Gurs, pero cinco meses después le ofrecieron marchar a la URSS y aceptó con entusiasmo la oferta.
Por mar llegó con una de las grandes expediciones de refugiados a Leningrado, y desde allí fue destinado a Jarkov, donde se encontraba a finales de julio del 39 ya instalado. Solicitó proseguir sus estudios de ingeniero y fue destinado al Instituto de Máquinas, donde con algunos otros españoles pasó dos años como estudiante. Recordaremos que entonces tenía tan sólo 22 años.
Pero en junio del 41 se desató la ocupación nazi de la URSS, y todos aquellos estudiantes españoles solicitaron inmediatamente ser alistados en las fuerzas armadas soviéticas, Bravo y los demás pilotos intentaron ser enviados a la aviación de guerra, pero la dirección del PCE y la dirección soviética denegó la incorporación a la totalidad de los refugiados españoles que no tuvieran alta graduación militar y fueran de la más absoluta confianza de la Nomenklatura dominante.
Un encuentro casual con el coronel domingo Ungría, que había sido durante la guerra uno de los principales jefes de las fuerzas guerrilleras que la República tenía operando en operaciones de comando tras las líneas franquistas en lo que se llamaba XIV Cuerpo de Ejército, y que había sido el principal discípulo del mítico coronel soviético Ilya Starinov en España, les permitió ser presentados a este gran organizador de la resistencia que inmediatamente les incorporó a sus fuerzas especiales, y en diciembre tras un duro entrenamiento, Bravo fue enviado al Cáucaso, al mar de Azov, para organizar sabotajes a las comunicaciones alemanas.
Durante cinco meses su misión consistía fundamentalmente en acercarse sobre el helado mar de Azov hasta las líneas enemigas formando parte de un pequeño grupo de comandos, y volar ferrocarriles, carreteras e instalaciones militares. Debían hacer cuarenta o cincuenta kilómetros a temperaturas extremas, llevar a cabo el sabotaje, y regresar a sus bases en una sola jornada. En mayo del 42 marcha a Moscú, para seguir actuando en Kalinin, Smolensk y el norte, donde continúa con las actividades de guerrilla y sabotaje.
En el verano del 42, en medio de la guerra puede tomarse un pequeño respiro para acudir a Moscú como delegado del frente en el congreso de las Juventudes Comunistas, con la suerte de ser reconocido en la calle por el general Ossipenko, aviador veterano de la guerra de España, que le acogió con el mayor entusiasmo y a quien cuenta cómo pudo enrolarse para luchar en el frente, pero que lo que tanto él, como todos los demás pilotos enrolados de cualquier manera, querían era volver a pilotar sus aviones de guerra. Ossipenko le manda reunir cuantos exaviadores republicanos pueda de forma inmediata y les enrola en la aviación soviética de forma automática, reuniendo hasta casi setenta y cinco pilotos españoles.
Bravo fue enviado a los campos petrolíferos de Bakú en Azerbaiyán, formando parte de las fuerzas de defensa antiaérea. La labor de estos pilotos era la de impedir la entrada de aviones enemigos sobre los vitales campos de petróleo soviéticos, que tanto necesitaba la URSS como eran la última causa de la invasión alemana. En esta misión voló en varios cientos de operaciones más, tanto en vuelos diurnos o nocturnos de patrullaje como en combate. En diciembre de este año es nombrado jefe de escuadrilla, tiene un fuerte ataque de malaria, y a la vez sigue estudiando por libre ingeniería, hasta casi acabar la carrera.
En diciembre del 43 ha de partir de su base al frente de su escuadrilla, y ya en el aire le indicaron que iba a participar en una operación ultrasecreta de escolta y cobertura a dos aviones de transporte con viajeros. Volaron hasta Teherán donde aterrizaron y esperaron hasta el día siguiente, cuando el mismo Stalín les saludo a todos al volver a los aviones. Había escoltado al presidente de la URSS a la conferencia de Teherán con Roosvelt y Churchill. Todos los pilotos excepto uno que había cometido una falta en vuelo, fueron altamente condecorados.
Entre las misiones que desempeñó se incluía también la de transportar nuevos aviones que los norteamericanos hacían llegar por el Pacífico o el Índico a la URSS para su aviación militar. Nunca le encomendaron traslados desde el Índico pero si desde el Pacífico. En este último destino debía ir a Moscú y desde allí viajar en ferrocarril hasta Kamchatka en el extremo oriente, recoger uno de los aviones y pilotarlo hasta la base en Kirovabad a través de Siberia y las repúblicas centroasiáticas. En uno de esos viajes tuvo una avería y hubo de aterrizar en la estepa mongola, donde esperó una semana conviviendo con pastores nómadas mongoles, hasta que pudieron recogerle y arreglar el avión técnicos enviados desde la lejana base.
Bravo acabó la guerra como comandante con muy diversas condecoraciones militares y con sólo un año para acabar la carrera, habiendo pilotado los más modernos aviones de caza, ya incluso turborreactores armados con misiles, y en alturas estratosféricas.
Fue incorporado tras la guerra a la Academia Militar de Aviación, en la que permaneció hasta junio del 48 alcanzando el grado de teniente coronel.
En esa fecha le fue comunicada la desmilitarización forzada de todos los pilotos españoles y su nuevo sorprendente destino en el Instituto de idiomas de la URSS. Allí entró como profesor, e inmediatamente fue nombrado vicedecano, combinando estas labores con la de intérprete. No pudo pues acabar nunca sus estudios de ingeniería que con tanto entusiasmo había comenzado catorce años antes, que nunca había abandonado, aún en las más complejas situaciones, y que tenía al fin casi acabados.
Lo cierto es que un militar de fuertes y claras convicciones sociales y políticas, con una capacitación de primera clase y un expediente como aviador excepcional, con cuatro idiomas bien o muy bien dominados, con fuerte formación científica y técnica, y joven, era una pieza demasiado preciada para que pudiera pasar a la vida civil y dedicarse a organizar trabajos de ingeniería en el lejano Cáucaso. La guerra fría requería de miles de militantes probados capaces de formar especialistas que pudieran actuar en cualquier lugar del mundo como agentes especiales de la URSS, y los servicios secretos militares preferían verle formando buenos conocedores del español y preparando labores de propaganda e información. Fue un bastante numeroso grupo el de los refugiados republicanos españoles en la URSS que trabajaron durante años en emisoras de radio, prensa en lengua española, congresos internacionales, organizaciones juveniles, sindicales o sociales internacionales, y labores de información.
Allí pasó cinco años hasta que le fue concedido permiso para regresar a España, tanto por las autoridades soviéticas como por las españolas.
Mientras, había casado, en primeras nupcias al acabar la guerra con una importante ingeniera de la que tuvo un hijo, Igor, en 1948, que actualmente vive en Moscú, y posteriormente con Natacha Ulianova, mujer de llamativa belleza, excelente filóloga, que fue su compañera para el resto de su vida, y a quien conoció siendo ella estudiante del Instituto de Idiomas, y de quien tuvo una hija, Ludmila, quienes viven en Madrid.
En 1960 consiguen, tanto él como sus padres, que por entonces residen en Madrid ya mayores, que le sea concedido permiso de las autoridades franquistas para volver a España. Para esa época eran muy pocos los refugiados republicanos en la URSS que habían podido regresar, y casi todos porque eran niños de la guerra. A nadie de su importancia en la vida soviética se le había concedido ese anhelado permiso. Además África, su madre pasó años de cárcel al acabar la guerra, acusada entre otras cosas de ser precisamente la madre de un piloto de guerra republicano.
Sus padres le recibieron en París y en Irún sufrieron las primeras humillaciones y ultrajes. Fueron rodeados de un fuerte contingente de policía, se les registró la totalidad de sus pertenencias y se les desnudó completamente para cachearles. Se le entregó un documento identificativos en el que no se certificaban sus datos sino que él afirmaba ser el tal José María Bravo, y con esa documentación y sin más medios que su gran disposición y su magnífica cultura comenzó esta nueva etapa de su vida a los 42 años de edad.
Fue interrogado por la policía día tras día durante años, tenía que presentarse en continuamente a requerimientos de la policía franquista que le llevaba a ser interrogado por agentes de los servicios de información norteamericanos, le seguían agentes de la brigada social por la calle y le controlaban entradas y salidas de su casa, visitas, amigos y conocidos.
Nunca le consiguieron sacar ni un solo dato de interés, astutamente les daba referencias de gentes ya muertas, de otros inexistentes, de labores burocráticas, etc., aferrándose a que en la URSS era un simple profesor de español en un centro oficial de enseñanza de idiomas.
Pero no podía acceder a ningún trabajo, ni siquiera para las líneas aéreas venezolanas que le ofrecieron colocación en buenas condiciones. Como tantos otros se dedicó al mundo del libro. Trabajó, como tantos otros represaliados del PCE, en la editorial Codex, tradujo para Aguilar, estuvo como profesor en la Mangold, con el tiempo se convirtió en uno de los mejores traductores literarios de la gran literatura clásica rusa al español, habiendo dejado una rastro de traducciones verdaderamente magníficas, entre ellas Turgueniev, Pushkin, Chejov, etc., muchas veces en colaboración con su esposa Natalia, que fue durante años profesora de ruso en la Universidad de Madrid. Destacó especialmente por su rara habilidad y su fina sensibilidad rítmica y musical a la hora de traducir poesía clásica rusa, que como es sabido une a la alta cultura una típica rítmica popular, cosa que Bravo sabía trasladar al castellano, donde, por el contrario, la poesía culta está tan lejos de la rítmica popular.
Sin embargo la ocupación que le permitió un mejor nivel de vida fue la de intérprete con amplios conocimientos técnicos en ingeniería, trabajando para la que fue una de las primeras empresas que organizaron, aún bajo la dictadura, el comercio entre la URSS y España, especialmente en la compra por parte española de maquinaria industrial y de obras públicas. Incluso a partir de cierto momento pudo viajar para desarrollar su labor entre ambos países varias veces.
Aún pudo reencontrar, además de a sus padres, a su tío Abel, el maestro encarcelado por ser maestro y republicano, que vivió hasta el año 63 en Murcia donde había ejercido durante tantos años. Abel no había tenido hijos, y las dos hermanas de su padre se perdieron en la distancia de la postguerra con matrimonios que les alejaron de su entorno natural. Sus tíos paternos, Félix y Trini, fallecieron también en Madrid, el primero poco antes de que él regresara, la hermana poco después. Tampoco habían tenido hijos. Así que con el tiempo el fue quedando como el único testigo de aquella larga saga familiar de ideas avanzadas, republicana, leal, culta, amante de los libros, de la montaña, de la vida.
Con la llegada de la democracia solicitó el debido reintegro en la aviación militar con la graduación que le hubiera correspondido en caso de haber podido seguir en activo, tal como la legislación democrática había aprobado, con lo que obtuvo la reincorporación en calidad de retirado con la graduación de coronel. Por aquellos mismos años junto a un numeroso grupo de pilotos republicanos regresados a España, fundaron ADAR, Asociación de Aviadores Republicanos, de la que Bravo fue el segundo presidente tras el periodo fundacional en que lo fue Fierro, asociación que con la eficaz colaboración de su secretaria Carmen Martín, hizo una gran labor por la memoria de los pilotos republicanos.
Hace dos años Defensa compró un viejo mosca en funcionamiento que se conservaba en Nueva Zelanda, y que fue traído a la base de Cuatro Vientos. Allí invitaron a Bravo con sus 89 años a su puesta en marcha. Le preguntaron si le gustaría pilotarlo, subió al avión como copiloto, y ya en vuelo se hizo con los mandos, realizó un looping y aterrizaron. Fue su último vuelo en uno de aquellos aviones que tanto significaron para la libertad en la España de hace setenta años, cuando él era un novato aviador republicano.
De José María Bravo conservaremos todos los que le tratamos, su enorme vitalismo, su sorna, su humor siempre un punto irónico, su inteligente conversación, su entusiasmo por la realidad, su siempre mantenida militancia por los más altos ideales, tantos años de su larga vida con el Partido Comunista y siempre en la tradición de una izquierda a la vez radical y antidogmática, tolerante y a la vez firme en sus objetivos de libertad. Nunca resultó añorante, triste, nunca miraba hacia atrás con pena, sino con el entusiasmo de quien tiene un pasado para vivir al día, un pasado vivo que no es preciso repetir, sino entregar. Por esto, escribió con la colaboración de Rafael de Madariaga, un hermoso libro de memorias: “El seis doble”, que era el nombre con el que él había bautizado a su avión en la guerra de España.
Juan Barceló
Junta Directiva de AGE.
Bravo Fernández-Hermosa, José María, y Rafael de Madariaga Fernández: El Seis Doble. Bravo y los moscas en la Guerra Civil Española y en la IIª Guerra Mundial. Ed. Craftair Agudín. Madrid, 2007.
Advertimos a los interesados que el libro carece de distribución en librerías, de tal manera que recomendamos solicitarlo a librerías especializadas o al librero habitual citándole la ficha completa. Se puede también adquirir en el Museo de la Aviación de Cuatro Vientos de Madrid, Fundación Infante de Orleáns, Museo de Aviones Históricos en Vuelo, Madrid.